SOCIALISTAS EN PÚBLICO, NEOLIBERALES PUERTAS ADENTRO
Hace ya varios años venimos viendo cómo se han modificado percepciones en temas societarios. Como se han incorporado a nuestro lenguaje cotidiano palabras como igualdad, tolerancia, aceptación, empatía. Ha crecido […]
Hace ya varios años venimos viendo cómo se han modificado percepciones en temas societarios. Como se han incorporado a nuestro lenguaje cotidiano palabras como igualdad, tolerancia, aceptación, empatía.
Ha crecido la aprobación del matrimonio igualitario, de la inmigración, de la adopción por parte de parejas homoparentales, el consumo de marihuana, equidad de género. En fin, se han visto luces de una sociedad tendiendo a ser (o sentirse) más liberal en temas valóricos.
Pero ¿Cuánto de esto es por convicción?
¿Cuánto hemos modificado realmente nuestras conductas con respecto a estos mismos conceptos?
Hay una suerte de “Socialismo social” por ponerle un nombre de fantasía. En grupos, estamos observando un discurso mucho más progresista. Mucho más abierto. Es “obvio” que hay que ser pro causas sociales, que consumimos marcas con propósito, que nos preocupamos de reciclar, que buscamos ahorrar agua, que apagamos las luces que no se necesitan, que nos preocupamos de ser mejores padres (y más presentes), que tratamos bien a nuestros colaboradores en el trabajo, que estamos de acuerdo con compartir las labores del hogar, que no queremos ganar más dinero pero si tener más tiempo, que valoramos a la tercera edad, que estamos de acuerdo con la redistribución del ingreso, que queremos mejorar la salud y la educación pública, etc. Pero en privado, puertas adentro, ¿cómo realmente esto modifica alguna de nuestras acciones reales en las áreas en donde tenemos capacidad de hacerlo? Porque seamos directos, TODOS tenemos capacidad de ejecutar y aportar en cualquiera de estos ámbitos.
Puertas adentro, seguimos viendo que se ejecuta una suerte de “neoliberalismo personal”. Nos seguimos rigiendo por las reglas del consumo y del mercado. Por las antiguas tensiones sociales que decimos son de otra época, de una sociedad antiquísima, obsoleta. Seguimos viendo que no cambiamos una marca porque ella se preocupe o no del planeta. La cambiamos porque está en promoción, nos ofrece más cantidad del producto, o simplemente porque es más rica o sentimos que la merecemos. Aumentamos fuertemente el consumo de bienes suntuarios, pues ellos nos reportan más satisfacción personal, no social. Nos encanta pedir comida a domicilio, ir a recitales, salir a comer, salir a tomarnos un trago, hacer asados con los amigos. Seguimos marcando diferencias abismales entre hombres y mujeres en los trabajos, en los cargos de liderazgo. Seguimos tratando a nuestra asesora del hogar como un ser inferior (pese a que pasa más tiempo con nuestros hijos que nosotros mismos). Seguimos acumulando basura. Dejando el agua corriendo mientras nos lavamos los dientes. etc. Seguimos teniendo una imagen social, de Instagram, que no necesariamente se condice con nuestras acciones personales.
Si todos fuéramos como decimos socialmente que somos, nuestro país sería mucho más civilizado, ¿o no? Seríamos más parecidos a Islandia que a Latino América. Pero no… no es así.
El gran desafío que enfrentamos hoy es educarnos en la real ejecución de nuestros discursos. Debemos ser majaderos en cómo nos mostramos con nuestros hijos, qué les decimos y, sobre todo, en qué hacemos frente a ellos. Debemos buscar como personas esa consecuencia entre lo que decimos y hacemos. Debemos dejar en el fondo, de ser socialistas sociales y neoliberales personales. Esa es la real crisis que enfrentamos como sociedad hoy. La crisis de la falta de empatía (causa), no la crisis de confianza (consecuencia).